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SINGERINA


Mientras subía las escaleras de madera, escuchaba cómo ellas, crujiendo, me advertían que era mejor no volver a esa habitación, pero mi curiosidad me insistía que tenía que ir.


Desde el umbral de la puerta siento un olor fuerte. Olor a humedad, a guardado. Un olor a rancio que invade, como escalofrío, todo mi cuerpo. Es un cuarto largo y estrecho como un pasillo: es la ropería de la casa de mis abuelos.


En las paredes de lado y lado hay bolsas de tela blanca colgadas ordenadamente. Unas cremalleras infinitas mantenían, según oía decir, unos "trajes especiales" para estar en sociedad”. Pero yo, no entendía nada. Camino por ese túnel. Siento como si estuviera en una morgue blanca, una morgue de vestidos muertos. Entrar era como tirarse en un foso lleno de leones. Sentí que esas bolsas me iban a comer.


Después de dar otros pasos silenciosos, vi, hacia el fondo del corredor, en la esquina, debajo de la ventana, la máquina de coser negra y pesada puesta en un mesón de madera con patas retorcidas. En su lomo, unas letras doradas: la S, la I, la N, la G ,la E y la R… Singer, a quien bautice Singerina. T


Tres rayos de sol hacen brillar el oro de las letras que reflejan sobre el piso oscuro e iluminan el tablero lleno de hilos de colores como un carnaval. Ella está sola. Desde su quietud me dice: “entra niña, no tengas miedo”. -“Pero, cómo hago? “le contesté.". "Respira y mira solo hacia adelante, como lo haces cuando estás cociendo”… “no mires hacia los lados donde están tus miedos, ven hacia mi”, me dice.


De repente mi abuela, en tono de regaño, me dice que no debo estar ahí. Mis piernas empiezan a temblar sin mi consentimiento. Respiro al ritmo del latido de mi corazón . Miro, desolada a Singerina, mi amiga de hierro, que usa su pedal en forma de mano para indicarme que debo salir. “Ve”, me dice.


La abuela me saca de su costurero y me recuerda que ese no es un lugar de juego. Al ver las lágrimas en mis ojos, se inclina hacia mí y me cuenta que ella, cuando era pequeña, en esa misma casa, soñaba que esas bolsas blancas con corazón oscuro, abrían sus grandes bocas de cremallera, para comerla y luego escupirla. Una a una la iban succionando como medusas impidiéndole llegar a lo que ella mas quería hacer, que era coser.


Ese cementerio de vestidos muertos hechos para la sociedad, hostil y engullidor, la alejó de su creatividad, de su amor por la costura, de su felicidad. Con voz triste le pregunté: “Abuela, Singerina también es tu amiga?” . Sus ojos brillantes, colmos de dulzura y melancolía , me contestaron, en secreto, … “Sí”.. “es mi única amiga”.

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