Hace frío. No reconozco esta habitación. ¿Dónde estoy? Es difícil ver en la oscuridad de la noche. Sin embargo, hay un olor que me es familiar, lavanda fresca.
Mi corazón se tranquiliza. Ese olor azuloso me dice que es el cuarto de mi infancia. Un lugar seguro, calmado, con todos mis juguetes. Me levanto y entro en mi cuerpo para dirigirme al baño en busca de un espejo que me ayude a entender en qué momento estoy. Me paro frente a él, es muy grande y no entiendo el por qué, hasta ver mi reflejo. Soy yo cuando era niña. La pequeña de ojos negros rasgados y cachetes grandes sonríe. Su carita alegre y sus ojos brillantes me recuerdan que estaba soñando, antes de despertar, en mi infancia, en los tiempos de juego, en mis charlas secretas con mis compañeros imaginarios y con mi compañera fiel, Tany. Estos recuerdos encienden, como luceros, aún más, los ojos, mis ojos, en el espejo.
De repente me llama la mente y recuerdo que debo salir. Hoy es el día de la semana en el que trabajo en la perrera de mi ciudad. Tengo que salir sin falta porque “mis amigos” me necesitan. Me visto rápido, tomo un vaso de agua y salgo a la calle corriendo. Por la angustia de no llegar a tiempo, olvido que hay un agujero en la tierra por un árbol que habían quitado el día anterior y caigo en su profundidad. “Dónde Estoy” me pregunto de nuevo. Todo vuelve a ser oscuro. ¿pero, qué pasa ahora? “iba tan tranquila a hacer mi trabajo, tenía todo en orden y ¿ahora? .
Mi corazón se agita fuertemente, solo puedo escuchar su latido. Cierro mis ojos para encontrar la oscuridad que conozco y respiro. Los abro y descubro con encanto, que me encuentro en una sala subterránea. Es grande y luminosa. En sus paredes brillan unos candelabros con velas encendidas y en el centro un fuego ardiente y vibrante; la llama danzante, me hace olvidar de dónde venía y para donde voy.
Cuidando el fuego, sentada, una figura revela su presencia. Me acerco, con un poco de desconfianza, y veo, con maravilla, a una mujer mayor. Su pelo blanco, recogido en una moña, destella con la luz del fuego. Su cara, serena, es diseñada por líneas profundas. Lleva en sus hombros un chal entrelazado, de colores: ocre mostaza, verde oliva, rojo tierra, azul índigo, negro carbón. Las joyas plateadas decoran su cuello, sus orejas y sus manos. Manos fuertes, formadas por su oficio y por los años. “Eres bienvenida” me dice “Gracias” respondo con respeto y llena de curiosidad, pregunto “¿quién eres?” dulcemente extiende sus manos y dice: “somos la misma mujer, si tú quieres”. Recibo sus manos con esperanza, y llena de alegría en el corazón, respondo: ¡SI!
De nuevo llama mi mente y recuerdo que me necesitan afuera… salgo de la sala por el mismo agujero por donde entré, ahora entiendo que no fue una caída. Camino unos pasos cuando veo una luz fulgurante salir del interior de la tierra… es una leona dorada, es la Mujer. La reconozco por su voz. Desde ese espacio mágico, me dice con amor: ”Confía en Tu Fuerza”
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