Tomé conciencia de mis manos creativas cuando descubrí que era artesana. Recuerdo el taller cerca al Vicolo, en Roma. El taller de Laura. Un lugar encantador. Era una pequeña casa de piedra, un “rudere”. Recuerdo el olor a pintura, a trementina y aceite de linaza. Recuerdo los frascos de vidrio con pigmentos de colores. En este momento quisiera escribir en italiano. Mi corazón y mi mente vuelan a Italia.
Laura, mi amiga argentina, me enseñó el oficio de ser artesana. Ella, a su vez lo había aprendido de su madre Susy, en Buenos Aires. Fui descubriendo poco a poco la habilidad en mis manos. Conectaba con mi silencio cada vez que nos sentábamos a hacer cosas. Cada una en lo suyo, sin embargo, unidas en el hacer.
Veo mis manos ahora, son fuertes, grandes. Mis dedos son gruesos y anchos. Con ellas he podido trabajar todo tipo de material y he usado muchas herramientas; aun así, son manos delicadas, armoniosas y elegantes. Ellas acompañan mis ideas. Me ayudan a lograr con excelencia todo lo que se me ocurre hacer. Después de tantos años, esas habilidades se han vuelto maestría.
Pero mis manos no son solo “ejecutadoras” o instrumentos. Por medio de ellas logro conectar con algo mas profundo. Cada uno de los movimientos que hago me recuerda la chispa que hay en el Hacer.
Las manos son el medio para la manifestación, para dar forma. Hacen que una cosa se convierta en otra con un valor añadido. Con esfuerzo, habilidad, experiencia y conocimiento logramos convertir cualquier material en una obra excelente.
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