“Dibujar con la Luz”. Esta frase me acerco a la fotografía.
Dibujar. Un arte que me apasiona y me intimida a la vez. Me enfrenta a mis limitaciones. Dibujar es pasar de la tercera dimensión a lo plano. Requiere una habilidad precisa de juego con luces y las sombras para lograr profundidad y volumen. La cámara fotográfica hace esto por ti. Capta la luz y dibuja en un plano exactamente lo que ves.
La cámara es un cuerpo y un lente. El cuerpo es una caja oscura donde sucede la magia, como un vientre, donde la luz y la oscuridad juegan para crear esa imagen. Entre espejos y cortinas, en un tiempo determinado, en el Instante Perfecto, capta, en un abrir y cerrar de ojos, esa imagen que quieres retener.
Poder guardar ese instante pasajero, volátil, y volverlo eterno, crea un Instante para toda la vida. Pero la caja no lo puede hacer sola, necesita el lente, un cilindro de luminosidad, que converge la luz al punto preciso. El Objetivo, proyecta la Luz. Cuando se lleva el objetivo a la cámara y este encaja perfectamente en el orificio sucede la comunión que permite paralizar el tiempo. La unión de dos cuerpos que pueden crear en un instante la eternidad.
Sin embargo, la cámara y el objetivo sin el “creador” no son nada. Es solo cuando juntos se acercan al ojo del creador que todo toma sentido. El artista toma en sus manos este artefacto mágico y logra captar la belleza de su entorno. Cuando se acerca la cámara al ojo sientes que todo lo que te rodea queda dentro de ti. Cierras los demás sentidos y abres una puerta desconocida. Una puerta donde un gran ojo, uno solo, ve todo. Es la emoción la que decide cuando es el momento para capturar. La respiración para, el corazón late fuerte. Estás en el momento, ahí, lo demás no existe, solo tú y el instante.
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